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La Pandemia por Sars-Cov-2: síntoma de un desequilibrio global y una oportunidad para aplicar los conceptos de Una Salud y Un Bienestar

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La Pandemia por Sars-Cov-2: síntoma de un desequilibrio global y una oportunidad para aplicar los conceptos de Una Salud y Un Bienestar - Lic. Gonzalo Barrios

Introducción:

La pandemia provocada por el Sars-Cov-2 constituye un claro ejemplo tanto de los desequilibrios ambientales generados como consecuencia de nuestra relación conflictiva con el planeta, como de los vínculos existentes entre la salud y el bienestar de los ecosistemas, de nuestra especie y del resto de los animales.

El presente artículo pretende realizar un breve recorrido por los orígenes y las causas de nuestra forma de relacionarnos con la naturaleza, la evolución de esta relación y el punto de inflexión en el que nos encontramos.

Se propondrán los conceptos de Una Salud y Un Bienestar como herramientas para revertir el proceso de deterioro ambiental y social y como medio para prevenir futuras pandemias.

Desarrollo: Nos encontramos inmersos en una crisis de carácter global. Crisis que abarca cada aspecto de nuestras vidas y de la del Planeta, que no surge con la emergencia de la Covid-19, pero se hace patente con ella. Esta crisis tiene connotaciones ambientales, económicas y sociales (Gudynas, 2011) y por lo tanto debe ser enfrentada de forma integral, con una mirada holística, no reduccionista ni unidimensional, que sea capaz de pensar en términos de interrelaciones complejas para las cuales no existen soluciones simplistas ni inmediatas, pero que requieren si de acciones urgentes. Enfrentados a una “crisis civilizatoria multiforme” (Bellenda, et al. 2018) solo nos cabe transformar radicalmente nuestro accionar o aceptar las consecuencias.

Nuestro presente:

Nuestro entorno natural se encuentra altamente modificado (WWF, 2020) gran parte de nuestra biodiversidad se encuentra bajo amenaza (Soutullo, Clavijo y Martínez-Lanfranco, 2013), ya sea por la desaparición casi total de áreas naturales, la contaminación, la introducción de especies invasoras, la caza indiscriminada, los impactos de tipo global, etc. (Estenssoro, 2015)

A pesar de ser reciente en términos comparativos la modificación del ambiente a través de las actividades productivas agropecuarias, industriales y en menor medida la urbanización, ha antropizado fuertemente nuestro planeta derivando en la radical disminución de las áreas naturales y la consecuente presión sobre las especies que allí habitan.
Esto ha sido producto no de un evento único, sino de un proceso que a velocidad creciente, ha impactado el planeta de forma quizás irreversible.

El camino recorrido:

Durante los primeros 200.000 años desde que surgiéramos desde el África profunda, nuestra subsistencia dependió de la caza y la recolección nómade. Pequeños grupos familiares se desplazaban constantemente en busca del esquivo y siempre insuficiente alimento. Nuestras posesiones se reducían a alguna primitiva vestimenta, objetos cortantes y quizás algún adorno reflejo de nuestra singularidad como especie neoténica eminentemente imaginativa. Recién hace unos 10.000 años a partir de la llamada Revolución Neolítica, constituida por el desarrollo de la agricultura y la domesticación de diversas especies animales, desatamos una serie de cambios culturales que nos llevaron aceleradamente a una vertiginosa evolución social con consecuencias trascendentales para el planeta y sus habitantes.

Esta domesticación de la naturaleza nos alejó del equilibrio ecológico relativo en que, como especie cazadora recolectora nómade, vivimos durante milenios, generando los cimientos sobre los que una centena de siglos después hoy nos paramos.

A partir de la Revolución Industrial la humanidad se enmarcó en una transformación de la naturaleza de una escala sin precedentes, transformación que vio su auge en el S. XX con un crecimiento demográfico exponencial y el subsecuente impacto en los ecosistemas del planeta, impacto que continúa en aumento ya avanzado el S.XXI.

A medida que fuimos domeñando la naturaleza, creció nuestra distancia afectiva para con ella. Se nos hizo cada vez más ajena, ubicándonos conceptualmente por fuera, como reflejan algunas de las cosmovisiones predominantes durante los últimos siglos. Es así que para la civilización judeo-cristiana la naturaleza fue creada por Dios para el uso de los hombres, ocupando nosotros (aún después de Galileo) el centro del universo.

Desde esta visión que nos excluye de la naturaleza, siéndonos ésta extraña, exterior a nosotros, es que nos relacionamos con esta (al menos en el occidente geográfico y cultural), como si fuera posible hacerlo sin ser afectados por las consecuencias de nuestros actos.

La evolución de los zoológicos como expresión de nuestra relación cambiante con la naturaleza:

De la distancia al intento de re-conexión.

Esta relación de pretendida ajenidad se refleja claramente en el Zoológico Victoriano. Originado en el S. XIX y diseñado como “casas de fieras” donde el espectador (nosotros) nos ubicamos por fuera de las rejas que encierran aquellos en los que no queremos vernos reflejados y a quienes pretendemos dominar, cual si debiéramos reafirmar a través de este acto nuestra excepcionalidad como seres ajenos a esa animalidad tan temida que yace escondida vergonzantemente en nuestros genes.

Siglo XX Cambalache:

Fue recién a partir de la segunda mitad del S. XX cuando las consecuencias del modelo extractivista de desarrollo se hicieron patentes, enfrentando a la humanidad a los costos de sus actos, debiendo esperarse a la década del ´70 para que la comunidad internacional comenzara a enfrentar el problema (Estenssoro, 2015).

Es así que surgen diversos teóricos que plantean el agotamiento del viejo modelo y la necesidad imperiosa de crear uno nuevo. Dentro de ellos el economista Polaco naturalizado Brasileño Ignacy Sachs, quién propone el concepto de Ecodesarrollo (Sachs, 1974) el cual fue precursor del de Desarrollo Sustentable elaborado por la comisión Brundtland en 1987 para las Naciones Unidas, superando a éste en sus alcances.

Sachs propone “un desarrollo socialmente deseable, económicamente viable, y ecológicamente prudente” (Sachs, 1981., en Estenssoro, 2015 ) dotando al concepto de desarrollo, históricamente asociado únicamente al desarrollo económico (Estenssoro, 2015) de una multidimensionalidad que lo enriquece, al tiempo que se desliga de la visión positivista “de las soluciones pretendidamente universales y las fórmulas maestras”, planteando un estilo de desarrollo que “busca con insistencia en cada ecorregión soluciones específicas a los problemas particulares, habida cuenta de los datos ecológicos, pero también culturales” (Sachs, I. 1974. Pp. 363, 364)

El siglo XX trajo también consigo, ante la imposibilidad de ignorar el vertiginoso deterioro de nuestro planeta, un creciente interés por los temas ecológicos, acompañando los Zoológicos, convertidos ahora en Parques Zoológicos, esta tendencia. Es así que se pretendió representar en ellos los ecosistemas a los que pertenecieran las especies allí exhibidas, al tiempo que se comenzaba a tomar lentamente en cuenta sus necesidades anatómico-comportamentales en un camino que derivaría en el concepto de Bienestar Animal, entendido éste como “…el estado en que se encuentra dicho individuo en relación a sus intentos de afrontar su ambiente” (Broom, 1986). Siendo, según la Organización Mundial de Salud Animal (OIE), que “un animal se encuentra en un estado satisfactorio de bienestar cuando está sano, confortable y bien alimentado, puede expresar su comportamiento innato, y no sufre dolor, miedo o distrés” (Salas y Manteca, 2015)
Este acercamiento empático a las necesidades del resto de los animales puede enmarcarse en lo que Frans De Waall ha dado en llamar “Antropomorfismo Animalcéntrico” (Wynne, 2007) que acepta nuestra animalidad y por ende lo que compartimos con otros animales y la utiliza para comprenderlos y relacionarse con ellos basados en el conocimiento de la biología de la especie y empleando metodología científica.

La necesidad de integrar esta visión a nuestro relacionamiento con los otros animales se hace aún más urgente cuando se trata de animales sintientes, capaces de tener diferentes grados de consciencia y por ende de experimentar emociones y sufrimiento (Salas y Manteca, 2015).

A nivel global, el siglo XX trajo consigo tasas de destrucción ambiental nunca antes alcanzadas y con ellas el deterioro directo e indirecto del Bienestar Animal de las especies silvestres de vida libre. Deterioro que como luego veremos tuvo y tiene consecuencias directas sobre nuestro propio bienestar.

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